En el nombre del padre y otros relatos

EL DÍA QUE NACÍ YO

Antes de juzgar a una persona,
camine durante tres lunas
con sus mocasines.
(Frase de los indios norteamericanos).

Virgo es el signo zodiacal del día que nací yo. Fue en septiembre de 1958. Nadie entonces podía imaginar que poco después triunfaría la Revolución Cubana, y mucho menos en mi casa, donde el futuro era incierto y no por razones económicas. Propietario de tierras, bodega y pequeña tienda era el señor, graduada de magisterio la señora. ¿Los motivos? Mis progenitores conspiraban contra el gobierno de Batista y mi padre era preso político en la cárcel donde hoy está la fábrica de tabacos Vegueros. Y Mima, a unas pocas cuadras, en la clínica La Caridad, pujaba por traerme al mundo.

Antes de nacer ya tenía nombre. Yo debía ser hembra, porque mi papá quería la parejita. No existía el ultrasonido, pero don Sotero, el bisabuelo español, lo afirmaba porque el riñón de cerdo frito se abrió en dos partes. Mama Lila, la bisabuela, lo apoyaba con entusiasmo: “Mi madre, con los ojos vendados, se sentó en la silla de la tijera y no sobre la del cuchillo”.

—Se llamará Gladis, como la de la canción de la Orquesta Aragón —decía mi padre en la galera de los presos políticos, donde los días eran apacibles, se leía mucho y en voz baja se hacían planes para el futuro.

Allí, hizo amistad con un joven que esperaba ser trasladado para el Castillo del Príncipe en la próxima “cordillera”. Y llegó la noticia. Un compañero del Movimiento 26 de Julio logró pasarle clandestinamente la foto mía de recién nacido y él, al verla, exclamó:

—Compañeros, Gladis será para la próxima, qué par de cojones tiene mi criatura.

—Bueno, y ahora… ¿cómo le pondrás? —le preguntó su joven amigo.

—Luis Enrique, como tú, y como a ti, le dirán Kike.

Luis Enrique Rodríguez Ortega